La Tierra se enfrenta a una transformación silenciosa pero profunda que amenaza la forma en que la humanidad entiende y habita el planeta. Una investigación reciente de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD) ha revelado un dato alarmante: más de tres cuartas partes de las tierras emergidas se han vuelto progresivamente más secas en las últimas décadas. Esta tendencia no es pasajera ni circunstancial, sino permanente, y su impacto está modificando los cimientos de la vida en todos los continentes.
En la última mitad de siglo, el aumento sostenido de las temperaturas, la degradación ambiental, la deforestación y la sobreexplotación de los recursos hídricos han contribuido a la pérdida de humedad del suelo. Según el informe presentado por la CNULD, un 77,6 por ciento de las zonas terrestres registraron condiciones más áridas entre 1990 y 2020 si se comparan con el periodo de tres décadas anterior. Aún más inquietante es que las tierras áridas se han expandido hasta abarcar más del 40 por ciento de la superficie continental (excluida la Antártida), un área superior incluso a la extensión total de la India multiplicada por una tercera parte. Esta nueva realidad supone un desafío que trasciende fronteras, ideologías y niveles de desarrollo, reconfigurando el mapa geopolítico y ambiental del mundo.
Un informe histórico y el llamado a la acción internacional
La presentación del documento en la cumbre de la ONU sobre desertificación, celebrada en Riad, Arabia Saudí, busca encender las alarmas en la comunidad internacional. Allí, expertos, científicos, líderes políticos y representantes de organizaciones civiles intentan encontrar consensos y proponer soluciones prácticas para un problema cuyo alcance resulta cada vez más palpable. La desertificación—la conversión de suelos antes fértiles en áridos desiertos—ya no se percibe solo como un fenómeno regional ligado a climas extremos, sino como una tendencia global impulsada, en gran medida, por la aceleración del cambio climático de origen humano.
Ibrahim Thiaw, titular de la CNULD, ha advertido que la actual trayectoria de calentamiento y aridez no regresará a condiciones previas, advirtiendo que este giro está “redefiniendo la vida en la Tierra”. Si se mantienen las tendencias de calentamiento, a finales de este siglo cerca de cinco mil millones de personas verán sus medios de subsistencia gravemente afectados. Se trata de una población dispersa por Europa, amplias zonas de Asia oriental, el centro de África, regiones del oeste de Estados Unidos e incluso amplias áreas de Brasil, todas igualmente expuestas a un déficit hídrico crónico que alterará la producción de alimentos, el acceso al agua, la estabilidad económica y la coherencia social.
El panorama que pinta la CNULD es especialmente sombrío en áreas ya de por sí vulnerables. El sur de Europa, el Medio Oriente, el norte de África y partes del sur de Asia presentan signos inequívocos de un estrés hídrico creciente. Para estas regiones, la aridez no solo implica impactos en la agricultura—menores rendimientos, dificultades para el pastoreo y una reducción drástica en la disponibilidad de cultivos—, sino que además se asocia a fenómenos sociales complejos, como el incremento de la migración, la pérdida de oportunidades económicas y la fragmentación del tejido comunitario.
La respuesta desde Riad y los desafíos de la cooperación global
La cumbre de la ONU en la capital saudí, conocida como COP16 en materia de desertificación, se ha enfocado en cómo el mundo puede responder a la intensificación de las sequías. Existe la esperanza de diseñar mecanismos de ayuda financiera y técnica que permitan a las poblaciones más vulnerables afrontar las consecuencias del desgaste hídrico. No obstante, alcanzar un acuerdo vinculante se ha convertido en un punto de fricción, especialmente ante las tensiones entre países más ricos y aquellos que, sin contar con grandes reservas financieras, precisan con urgencia apoyo externo para implementar sistemas de almacenamiento de agua, técnicas de irrigación eficientes y herramientas de monitoreo que anticipen las sequías más severas.
El anuncio de Arabia Saudí, país anfitrión, comprometiendo 2.150 millones de dólares en conjunto con otros organismos y bancos internacionales, apunta a abrir el camino hacia una mayor solidaridad financiera. Asimismo, el Grupo de Coordinación Árabe, que reúne a diez entidades bancarias de desarrollo regional, ha prometido 10.000 millones de dólares adicionales de aquí a 2030 para frenar el deterioro de las tierras, la desertificación y las sequías. Aun así, estas sumas, por cuantiosas que parezcan, difícilmente cubrirán el costo histórico de la aridez, valorado por la ONU en aproximadamente 125.000 millones de dólares entre 2007 y 2017.
La ausencia de un protocolo global vinculante que obligue a las naciones desarrolladas a contribuir a fondos para la respuesta a las sequías es uno de los principales obstáculos. La divergencia de enfoques sobre si este asunto debe ser regulado por un acuerdo firme de carácter multilateral o si basta con alianzas voluntarias y acuerdos individuales ralentiza las decisiones. Sin embargo, los expertos insisten en que la magnitud del problema exige una acción coordinada que trascienda los intereses particulares, pues las sequías no reconocen fronteras y sus efectos serán universales.
Perspectivas de adaptación y el reto de las soluciones duraderas
Aunque el diagnóstico es preocupante, el informe de la CNULD recuerda que la adaptación y la recuperación son posibles. Entre las opciones viables se cuentan la aplicación de técnicas agrícolas más eficientes en el uso del agua, la selección de cultivos resistentes a la sequía, la modernización de los sistemas de riego y el fomento de proyectos de reforestación a gran escala que ayuden a retener la humedad del suelo. Estas medidas, unidas a sistemas de monitoreo más precisos, permitirían preparar a las comunidades antes de que los efectos de la aridez resulten irreversibles.
A largo plazo, sin embargo, la solución más completa e integral pasa por la atenuación del cambio climático. Es ahí donde surgen serias contradicciones. Países con economías dependientes de los combustibles fósiles, como Arabia Saudí, han sido señalados por frenar medidas más contundentes contra las emisiones contaminantes en otros foros internacionales. La paradoja resulta evidente: el mundo se reúne para hablar de desertificación, pero las negociaciones para limitar el calentamiento global siguen careciendo del vigor necesario. Sin una estrategia clara de reducción de emisiones, el horizonte promete más sequías, más desplazamientos y una mayor inseguridad alimentaria.
En última instancia, la lucha contra la aridez creciente es parte del mismo esfuerzo global que busca conservar la biodiversidad, estabilizar el clima y asegurar el bienestar humano. Tal como señala Andrea Toreti, uno de los autores del informe, la respuesta a esta amenaza requiere un compromiso internacional firme, coordinado y sostenido en el tiempo. Cada segundo perdido sin actuar de forma contundente acerca a la humanidad un poco más al punto de no retorno, en el que la transformación del planeta se convierte en un destino ineludible y no en un desafío superable.