Cambio Climático

El dilema de la inteligencia artificial ante el cambio climático

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La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta omnipresente en nuestras vidas, desde recomendaciones personalizadas en tiendas en línea hasta asistentes virtuales que procesan nuestras consultas al instante. Esta revolución tecnológica, sin embargo, no solo transforma la forma en que interactuamos con la información y la tecnología, sino que también empieza a dejar una huella importante en un terreno crítico: el medio ambiente.

A medida que crece el entusiasmo por sus capacidades, también crecen las dudas sobre su impacto ambiental. ¿Podrá la IA ayudarnos a enfrentar el cambio climático, o será una carga más en la carrera por frenar el calentamiento global?

El costo energético de una revolución

La IA, especialmente en sus versiones más avanzadas como los modelos generativos, depende de una infraestructura gigantesca para funcionar. Esta infraestructura se basa en centros de datos —instalaciones repletas de servidores que requieren grandes cantidades de electricidad para operar y mantenerse refrigerados. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (AIE), se estima que para el año 2030 estos centros consumirán alrededor de 945 teravatios hora (TWh), una cifra que supera el consumo energético total de un país como Japón.

Esto representa una duplicación en la demanda energética actual de los centros de datos, y la principal causa de esta explosión en el consumo es, precisamente, el auge de la inteligencia artificial. Entrenar un modelo como ChatGPT, por ejemplo, puede requerir más de 1.200 megavatios hora, emitiendo tanto dióxido de carbono como ochenta vuelos de corto recorrido en Europa. Si bien el uso posterior de estas herramientas es menos intensivo energéticamente, el volumen de consultas diarias —más de mil millones al día solo en ChatGPT— convierte esta tecnología en una auténtica devoradora de electricidad.

Además, el desarrollo de nuevas formas de IA, como las que procesan imágenes, vídeos y audio, probablemente demandará aún más energía, planteando un nuevo reto para la sostenibilidad de esta tecnología.

¿Puede la IA compensar su propio impacto?

Frente a estas preocupaciones, muchos expertos y organizaciones argumentan que el potencial de la IA para combatir el cambio climático es igual de significativo. Herramientas de inteligencia artificial ya se están utilizando en universidades como Cambridge y Oxford para modelar fenómenos climáticos, planificar el uso del suelo de forma sostenible y hacer más transparentes las prácticas ambientales de las grandes empresas. Gigantes tecnológicos como Google han desarrollado soluciones basadas en IA para mejorar la resiliencia climática, y Amazon afirma que más del 90 % de sus operaciones ya funcionan con energía renovable.

Según la AIE, si se aplican correctamente, las tecnologías de IA podrían reducir las emisiones globales hasta en un 5 % para 2035. Estas reducciones podrían lograrse mediante la optimización de procesos industriales, una mejor gestión de redes eléctricas, innovaciones tecnológicas más eficientes y la aceleración en la adopción de energías limpias. Un informe independiente de Energy Intelligence también destaca la capacidad de la IA para facilitar la transición energética, reduciendo costos y aumentando la integración de fuentes renovables en los sistemas eléctricos.

Sin embargo, estos beneficios no están garantizados. La AIE advierte que actualmente no existe un impulso suficiente que asegure la adopción masiva de estas aplicaciones climáticamente beneficiosas. Además, muchas de las soluciones aún están en fase experimental o carecen de las condiciones políticas y económicas necesarias para desplegarse a gran escala.

Un futuro en disputa: entre energías limpias y combustibles fósiles

Uno de los grandes desafíos que enfrenta la IA es la fuente de la energía que alimenta sus centros de datos. A pesar de que muchas empresas tecnológicas están invirtiendo en energías renovables, la realidad es que gran parte de estos centros, especialmente en Estados Unidos, todavía dependen de combustibles fósiles, como el gas natural.

La situación política no ayuda. En un movimiento reciente, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva para identificar regiones con infraestructura de carbón que puedan utilizarse para sostener futuros centros de datos. Y en Luisiana ya se proyecta una planta energética a gas diseñada exclusivamente para abastecer un enorme centro de datos de Meta, la empresa matriz de Facebook.

La AIE reconoce que para que la IA sea parte de la solución climática, será necesario un esfuerzo conjunto que combine innovación tecnológica, inversión en energías limpias y políticas públicas decididas. De lo contrario, el crecimiento exponencial de la IA podría contribuir más al problema que a su solución.

También es importante considerar el factor temporal: incluso si en un futuro la IA logra reducir más emisiones de las que genera, eso no anulará el daño que habrá causado en el camino. El dióxido de carbono emitido hoy permanecerá en la atmósfera durante siglos. Por eso, la idea de que la IA pueda «compensar» sus propias emisiones debe abordarse con cautela y en el contexto más amplio de la urgencia climática global.

Un equilibrio delicado

El futuro de la inteligencia artificial en relación al cambio climático pende de un hilo. Tiene el potencial de convertirse en una herramienta fundamental para la sostenibilidad, pero también podría exacerbar los problemas ambientales si no se implementan las medidas adecuadas. El camino que tomemos dependerá de decisiones que se tomen hoy, tanto en el sector privado como en el ámbito gubernamental.

En última instancia, la IA no es inherentemente buena ni mala para el medio ambiente. Todo dependerá de cómo, dónde y con qué energía se use. Lo que está claro es que, en esta nueva era tecnológica, el clima también será un campo de batalla. Y el resultado aún está por definirse.

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