Cambio Climático

Europa frente a la sequía: la amenaza climática del 2025

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En la primavera de 2025, Europa ha vivido una de las temporadas más calurosas y secas jamás registradas, lo que ha desencadenado un escenario preocupante de sequía en vastas zonas del continente. El cambio climático, cada vez más evidente en sus efectos, ha transformado de forma profunda los patrones meteorológicos, intensificando la escasez de agua y dejando una huella alarmante en regiones tanto del sur como del norte europeo. Según el último informe del Observatorio Europeo de la Sequía (EDO), más del 40 % del continente se encuentra actualmente bajo alguna forma de sequía, con áreas críticas en alerta roja.

El Mediterráneo, al borde del colapso hídrico

Regiones del sur de Europa como el sureste de España, Chipre, Grecia y diversas zonas de los Balcanes orientales se encuentran bajo el nivel más alto de alerta por sequía. En estos territorios, la vegetación muestra signos evidentes de estrés hídrico, los suelos han perdido gran parte de su humedad y las lluvias han sido significativamente inferiores a lo habitual. Todo esto ha coincidido con un mes de marzo que marcó un récord de calor en Europa, contribuyendo a agudizar los efectos de la sequía.

Los lugares turísticos del Mediterráneo, tradicionalmente dependientes del buen tiempo para atraer visitantes, ahora enfrentan una paradoja: el clima cálido que los hace populares también amenaza su viabilidad. En islas griegas como Santorini y Mykonos, por ejemplo, la escasez de agua ha obligado a transportar recursos hídricos desde Atenas o recurrir a plantas de desalinización solo para cubrir necesidades básicas como duchas y piscinas. La presión del turismo masivo ha exacerbado esta crisis. Según Nikitas Mylopoulos, experto en gestión de recursos hídricos de la Universidad de Tesalia, “el sector turístico es insostenible y no hay planificación”, lo cual ha disparado la demanda de agua en los meses de verano. No obstante, subraya que el verdadero impacto proviene del sector agrícola, que consume enormes volúmenes de agua, agravado por el despilfarro y la ausencia de políticas efectivas.

El caso de España también ilustra esta situación crítica. En Cataluña, por ejemplo, la cuenca del embalse de Sau, al norte de Barcelona, presenta un panorama desolador: niveles mínimos de agua y una vegetación marchita, reflejo de la gravedad de la sequía. Esta situación no es nueva, pero el calentamiento progresivo ha reducido aún más la capacidad de recuperación del ecosistema.

Del Mediterráneo al norte: la sequía se expande sin fronteras

Aunque se podría pensar que la sequía es un fenómeno típicamente mediterráneo, los datos muestran que el norte y el este de Europa también sufren sus consecuencias. Amplias zonas de Ucrania, Polonia, Eslovaquia y hasta Finlandia y el norte de Rusia presentan condiciones de advertencia. Esta categoría, menos grave que la alerta, indica que los suelos ya muestran sequedad anormal y la vegetación comienza a deteriorarse. En Ucrania, uno de los países europeos que más rápido se está calentando, con un aumento de 2,7 °C respecto a los promedios de mediados del siglo XX, el impacto en la agricultura podría tener consecuencias globales. Como importante exportador de cereales, una sequía prolongada en su territorio pone en riesgo el abastecimiento mundial de alimentos.

El fenómeno se extiende también hacia países fuera de la Unión Europea, como Turquía, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Jordania, Irak, Irán y Azerbaiyán, donde la falta de agua es ya una crisis prolongada. En el norte de África, la situación es aún más persistente: las condiciones de sequía y advertencia se han mantenido durante más de un año, sin indicios de recuperación cercana.

Además de la agricultura, la producción hidroeléctrica también está en jaque. Según la Asociación Internacional de Energía Hidroeléctrica, los periodos alternados de sequía e intensas lluvias –un fenómeno conocido como “latigazo climático”– están forzando a las plantas a operar al límite de sus capacidades técnicas. Esto supone un desafío adicional para una Europa que intenta avanzar hacia fuentes de energía más sostenibles.

Cambio climático: la raíz de un equilibrio roto

El vínculo entre el cambio climático y las sequías se ha vuelto ineludible. Estudios del consorcio internacional World Weather Attribution ya concluyeron que la gran sequía de 2022 fue veinte veces más probable debido al calentamiento global. Aunque todavía se necesita tiempo para analizar científicamente el impacto específico de la primavera de 2025, los expertos coinciden en que las temperaturas más elevadas y los patrones de precipitación alterados están haciendo que las sequías sean más frecuentes, más intensas y más difíciles de predecir.

Andrea Toreti, coordinador de los Observatorios de Sequía Europeos y Globales de Copernicus, advierte que ya no se puede confiar en los mecanismos naturales de recuperación hídrica. Las estaciones cálidas, que antes permitían cierta compensación mediante lluvias, ya no ofrecen esa garantía. “Hoy en día, este tipo de equilibrio ha sido modificado”, señaló Toreti, subrayando que el cambio climático ha alterado las reglas del juego.

Frente a esta realidad, Europa se enfrenta al desafío urgente de adaptar su modelo económico, agrícola y energético a un nuevo contexto climático. La gestión eficiente del agua, la planificación responsable del turismo y una agricultura más sostenible no son opciones, sino imperativos si el continente quiere evitar que la sequía se convierta en una constante más que en una excepción.

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