Medio Ambiente

La batalla por el futuro de la industria del aceite de oliva

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En las soleadas colinas del sur de España, un territorio históricamente dominado por pequeños agricultores, se libra una batalla que definirá el futuro de la industria del aceite de oliva. Esta región, conocida como la cuna mundial de la producción de aceite de oliva, enfrenta un desafío creciente que amenaza la forma de vida de los pequeños productores: la expansión de las mega granjas y los efectos del cambio climático.

El impacto del cambio climático y la sequía

Manuel Adamuz Comino, un agricultor en Montefrío, examina con preocupación sus olivos, buscando signos de sequía. La falta de agua en esta región, agravada por las cambiantes condiciones climáticas, ha provocado una reducción significativa en la producción de aceitunas. “Todo depende del clima”, explica Adamuz mientras sostiene una aceituna verde y arrugada entre sus dedos. El año pasado, una sequía brutal dejó a muchos árboles sin frutos y las cosechas de otoño e invierno fueron miserables.

La incertidumbre provocada por el cambio climático ha convertido el cultivo del olivo en una actividad aún más impredecible. En el pasado, los olivos, reconocidos por su resistencia, lograban sobrevivir condiciones adversas. Sin embargo, el aumento de las sequías en el sur de Europa ha puesto a prueba esa resistencia. Cuando los árboles no reciben suficiente agua, redirigen el líquido hacia sus raíces, lo que deja las aceitunas secas y de menor calidad.

A pesar de estos desafíos, los pequeños agricultores como Adamuz no solo deben enfrentarse a los caprichos del clima, sino también a una competencia creciente proveniente de las mega granjas que han comenzado a florecer en España y otros países productores de aceite de oliva.

La amenaza de las mega granjas

Mientras los pequeños agricultores luchan por mantener sus cultivos frente a la sequía, las mega granjas han logrado prosperar gracias a un modelo intensivo de producción. Estas operaciones «superintensivas» se caracterizan por la plantación de olivos en hileras muy estrechas en terrenos llanos y cercanos a fuentes de agua como ríos o embalses, lo que les permite el lujo de la irrigación, un recurso inalcanzable para la mayoría de los pequeños agricultores. Además, estas granjas emplean maquinaria avanzada para la cosecha, lo que reduce costos y aumenta la productividad.

La tierra destinada a las mega granjas ha crecido de manera exponencial en las últimas dos décadas, pasando de casi inexistente a representar el 7% de la superficie olivarera de España y el 11% de la producción total. Este tipo de explotaciones se está expandiendo hacia el norte, más allá de Andalucía, y atrayendo inversiones de grandes grupos como Innoliva y De Prado.

Estas grandes explotaciones no solo superan en productividad a las pequeñas, sino que también han demostrado ser más resilientes frente a la sequía. Mientras que las autoridades han reducido las cuotas de agua para la irrigación, las mega granjas no se han visto completamente afectadas, lo que les ha permitido mantener sus niveles de producción relativamente estables, a diferencia de los pequeños agricultores.

La lucha por la calidad frente a la cantidad

A pesar de que las mega granjas están ganando terreno, los pequeños productores insisten en que su producto es de mayor calidad. La clave de su argumento radica en la relación del olivo con el agua. A diferencia de los olivos irrigados en las mega granjas, los árboles cultivados en zonas montañosas y sin riego producen aceitunas que, al estar sometidas a condiciones de estrés hídrico, generan polifenoles, compuestos naturales que otorgan al aceite de oliva virgen extra su sabor picante y amargo, muy valorado en la dieta mediterránea.

Estos polifenoles no solo son responsables del sabor, sino que también ofrecen beneficios para la salud, como propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. «La única forma de avanzar es apostando por la calidad y la diferenciación», asegura José Juan Jiménez López, miembro del consejo de la denominación de origen Poniente de Granada, de la que forma parte Montefrío.

Además, los pequeños agricultores destacan que su método de cultivo no consume los valiosos recursos hídricos superficiales y contribuye a la preservación de la biodiversidad, algo que las grandes explotaciones no pueden garantizar.

Sin embargo, a pesar de su enfoque en la calidad, los pequeños productores están luchando para mantenerse en pie en un mercado donde la velocidad y la productividad son los principales factores de éxito. Las mega granjas, con su maquinaria avanzada, pueden cosechar grandes extensiones de terreno en solo unos días, mientras que los pequeños agricultores dependen de equipos manuales y tiempos de cosecha más prolongados.

El futuro incierto de los pequeños productores

El futuro de la industria del aceite de oliva en regiones como Andalucía es incierto. Mientras que las mega granjas continúan expandiéndose y atrayendo inversiones, los pequeños agricultores luchan por mantener viva una tradición que ha perdurado durante siglos. A menudo, estos agricultores sobreviven gracias a los subsidios de la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea, pero siguen dependiendo en gran medida del clima para su sustento.

Para Manuel Adamuz Comino, su tierra sigue siendo «lo suficientemente rentable para vivir, aunque no para hacer una fortuna», siempre y cuando las condiciones climáticas sean favorables. Si el cambio climático sigue afectando la producción y las mega granjas continúan ganando terreno, el paisaje de la industria del aceite de oliva podría cambiar de manera irreversible, dejando atrás una rica historia de producción artesanal en favor de un enfoque más industrial y orientado al mercado global.

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