Cada 25 de diciembre, millones de familias alrededor del mundo se reúnen para disfrutar de un banquete navideño repleto de sabores tradicionales. Desde el pavo asado hasta la clásica salsa de arándanos rojos, el menú suele incluir ingredientes típicos que evocan recuerdos y la calidez de las fiestas. Sin embargo, este año muchos comensales podrían toparse con precios más altos de lo habitual o notar una escasez de algunos de esos productos tan emblemáticos. Detrás de esta situación, las consecuencias del cambio climático están volviéndose cada vez más visibles, afectando tanto a la producción como a la calidad de nuestros alimentos navideños.
El aumento de las temperaturas, las sequías prolongadas y los costes de la energía en alza han ejercido una presión sin precedentes sobre la agricultura. Agricultores y productores se ven en la obligación de adoptar nuevas estrategias para proteger sus cultivos, mientras que las fluctuaciones en los rendimientos repercuten en los precios que pagamos en el supermercado. Esta realidad se ve reflejada en el pavo, las coles de Bruselas, las castañas y, por supuesto, los arándanos rojos, componentes casi indispensables de la cena navideña en muchos países.
Pavos bajo presión y el encarecimiento de los ingredientes
El pavo, uno de los platos centrales de la Navidad en países como el Reino Unido y Estados Unidos, ha experimentado un creciente desafío debido al calor extremo de los últimos veranos. En regiones británicas, las aves se estresan con la subida de las temperaturas, lo que incide en su crecimiento y hace que pierdan peso. Este escenario no solo eleva los costes de producción, sino que también afecta al consumidor final, quien termina pagando un precio más alto por la carne de pavo.
En Estados Unidos, la situación es parecida. Además de que los pavos de crianza sufren bajo olas de calor cada vez más severas, las poblaciones silvestres han disminuido cerca de un 18 por ciento en apenas cinco años, según datos de The Wildlife Society. Asimismo, el alza en los precios de los cereales utilizados en su alimentación, impulsada por la pérdida de cosechas y la necesidad de riego adicional, se suma a los gastos de producción. Por si fuera poco, el funcionamiento de incubadoras para polluelos resulta más caro a causa de las facturas energéticas, disparadas por la escalada en los precios del gas.
Otro ingrediente protagonista que está enfrentando dificultades notables es el arándano rojo. Este fruto, esencial para la clásica salsa de Acción de Gracias y Navidad en Norteamérica, se ve “escaldado” durante el verano por temperaturas inusualmente elevadas. Los productores en estados como Massachusetts reportan temporadas de calor extremo que han generado una cosecha menor. Además, la falta de lluvias afecta el adecuado desarrollo de las plantas, y las noches más cálidas dificultan el proceso de maduración. Las perspectivas de cosecha se han visto reducidas de manera significativa, y este fenómeno no se limita a Estados Unidos: países europeos como España, Francia y Portugal están registrando condiciones climáticas que alteran tanto la siembra como la recolección de múltiples cultivos.
Soluciones para las patatas y los riesgos para las coles de Bruselas y las castañas
No todo son malas noticias. Mientras el calor amenaza con perjudicar las cosechas tradicionales, la ciencia está buscando alternativas para garantizar que nuestras cenas de Navidad sigan siendo abundantes. Investigadores de la Universidad de Illinois y la Universidad de Essex han creado una variante de patata resistente al calor, capaz de producir hasta un 30 por ciento más de tubérculos bajo condiciones de intenso estrés térmico. En un escenario de cambio climático que augura más olas de calor, este hallazgo supone un paso prometedor para reforzar la seguridad alimentaria y proteger uno de los alimentos más versátiles de la mesa navideña.
Sin embargo, existen otros alimentos básicos cuya supervivencia sigue en entredicho. Las coles de Bruselas, muy populares durante esta época festiva en el Reino Unido, han sufrido el ataque de plagas que proliferan con temperaturas más altas. Un ejemplo dramático sucedió en 2016, cuando la mariposa conocida como “polilla de la col” devastó campos enteros, reduciendo la producción hasta en un 60 por ciento para ciertos agricultores. Además, las variaciones térmicas extremas de los últimos años han provocado que los cultivos muestren productos de menor tamaño y, por ende, menor valor comercial.
Las castañas, tan arraigadas en la tradición navideña europea y también apreciadas en Norteamérica, padecen las consecuencias de sequías y olas de calor cada vez más frecuentes. En Grecia, por ejemplo, las altas temperaturas y la escasez de lluvias impiden la maduración normal de los frutos, generando pérdidas de hasta el 90 por ciento de la cosecha en algunas zonas. Este escenario no solo se traduce en menor disponibilidad para el consumidor, sino también en la amenaza a un cultivo que forma parte de la identidad gastronómica de muchos países.
La situación actual pone de relieve cómo la crisis climática repercute de manera directa en nuestras celebraciones navideñas, obligando a los productores a introducir métodos de adaptación y encareciendo los precios de los alimentos tradicionales. En un futuro próximo, tal vez veamos mayor interés por variedades agrícolas resistentes al calor, así como mejores sistemas de riego y energías renovables que ayuden a mitigar los costes de producción. Mientras tanto, cada uno de los manjares que adornan nuestras mesas navideñas está cobrando un valor añadido: el de la conciencia de que, al cuidar el planeta, también estamos cuidando aquello que une a las familias en torno a la mesa durante la época más festiva del año.