En O Carballiño, una localidad gallega que presume de ser la capital del pulpo con su estatua de bronce, calles llenas de pulperías y una fiesta anual que congrega a miles de visitantes, la realidad detrás del plato estrella es mucho menos idílica. En la centenaria factoría de Frigoríficos Arcos SL, los trabajadores hierven, cortan y envasan tentáculos para enviarlos a restaurantes y supermercados de medio mundo. Sin embargo, desde hace más de una década, ni un solo pulpo proviene de las aguas locales. Hoy, el 100% llega desde Mauritania y Marruecos, una dependencia forzada por el drástico descenso de capturas en Galicia.
“En esta zona el pulpo se ha vuelto muy variable y escaso. Para industrializar un proceso y dar un suministro estable, necesitamos regularidad”, reconoce Carlos Arcos, responsable de exportaciones de la empresa. La demanda internacional, especialmente desde Asia y Norteamérica, crece sin freno, y los científicos coinciden en que la tendencia a largo plazo en la población salvaje es descendente. Este verano, la situación se volvió insostenible: la pesquería española del pulpo cerró durante tres meses, una pausa excepcional destinada a permitir la recuperación de los bancos. Pero los propios pescadores, como Juan Martínez, con más de cuarenta años de oficio, se muestran escépticos: “En cuanto abramos la temporada, lo destrozaremos todo en dos semanas. Hemos roto un ecosistema entero”.
El problema va más allá de la sobrepesca. El pulpo gallego depende de los afloramientos de aguas profundas ricas en nutrientes, un fenómeno que, según explica el investigador del CSIC Ángel González, se está volviendo menos predecible por efecto del cambio climático. Alteraciones en los vientos, la estratificación de las aguas y el aporte de nutrientes afectan directamente a las poblaciones, independientemente de la presión pesquera.
El controvertido salto hacia la cría en cautividad
Ante el declive de los recursos naturales, varias empresas han puesto sus esperanzas en la acuicultura. Grupo Profand trabaja en una planta experimental en Galicia para resolver los complejos retos biológicos de la reproducción del pulpo en cautividad, mientras que Nueva Pescanova planea una macrogranja capaz de producir hasta un millón de ejemplares al año. Sin embargo, el anuncio ha desatado una tormenta de críticas por parte de organizaciones animalistas y medioambientales.
Los detractores denuncian que la cría en tanques de un animal solitario y de alta inteligencia equivale a una “tortura a cámara lenta”. También alertan sobre el impacto ambiental: vertidos contaminantes, uso de peces salvajes para elaborar el pienso y riesgos de canibalismo en condiciones de alta densidad. Estados como Washington y California ya han prohibido estas granjas, así como la venta de pulpo de cultivo, mientras que en el Congreso estadounidense se debate una ley federal para vetar su producción e importación.
En Europa, Asia y América Latina, proyectos similares avanzan pese a la creciente oposición, alimentada en parte por la sensibilización que provocó el documental ganador del Óscar My Octopus Teacher, que mostró a millones de espectadores la complejidad emocional y cognitiva de estos cefalópodos.
Entre la conservación y la seguridad alimentaria
Los defensores de la acuicultura argumentan que criar pulpos podría aliviar la presión sobre las poblaciones salvajes y mejorar la seguridad alimentaria. González cree que una estrategia de “repoblación” con ejemplares juveniles criados en cautividad podría ser viable, aunque reconoce que esa misma técnica podría allanar el camino a la producción industrial a gran escala. Javier Ojeda, portavoz de la patronal acuícola APROMAR, subraya la eficiencia del pulpo como especie de cultivo: crece rápido, no necesita invertir energía en mantener su temperatura corporal y, al vivir en un medio acuático, el gasto energético es mínimo.
Para Ojeda, el reto no es si se debe criar pulpo, sino cómo hacerlo de forma que minimice el sufrimiento animal y el impacto ambiental: “Llevamos siglos comiéndolo. Ahora debemos encontrar las mejores prácticas. Es algo que no se va a detener”.
El futuro del pulpo en España se debate, así, en un delicado equilibrio entre tradición y sostenibilidad, economía y ética. Lo que está en juego no es solo un producto gastronómico de gran valor cultural, sino la salud de un ecosistema marino y la forma en que decidimos alimentarnos en un mundo cada vez más presionado por el cambio climático y la demanda global.